Se cerraron sus ojos, se abrió su alma.
Ya estando cerrados sus ojos, dieron las diez puñaladas el reloj, los diez pasos mas intensos en el tiempo de cuales haya vivido mi cuerpo, mi mente y mi ser por entero.
Abriose su alma entonces, y se lapidó el ambiente con un aroma tal a rosas, que mis ojos dejaron de llorar y pude comprender el transito de ser a no ser, pero si seguir estando.
Momentos antes, ya el hubo abrazado una medalla suya por muchos años, por siempre podría añadir, enconmendose su alma a la de las enaguas de arena y marismas eternas.
Rocío de mil amores y de mil plegarias de su boca, presente en casa y en el corazón de aquel que ya volaba cual gorrión sobre espesas copas de almendros en flor.
Silencio embriagado por lo salino de unas lágrimas que me llegaban a la comisura de los labios y que me sabían tan dispares como el agrio del vinagre y el dulzor del descanso, bostezo sublime de la vida, expiración enorme y callada que lo llena todo por entero, entregose el cuerpo, y venció la vida por encima de la muerte, difícil y dispar situación.
Allí estaba el hombre, pero no la persona, la persona ya volaba como gorrión por entre nubes de claridad eterna, sinuoso su vuelo, bailarín de las sombras, pizpireto y sonriente, alegre y veloz el vuelo...
Cerrose la puerta, abriose el dintel de la gloria, silente revuelo de nada y silencio cargado del peso de una sola batida de alas, era la hora precisa, la de los diez pasos al son de un dolor.
No lo comprendí en el primero, lo atisbe en el segundo, lo supuse en el tercero, me asombró en el cuarto, lo observé en el quinto, ya se hizo presente en el sexto, lo observé en el séptimo, lo despedí en el octavo, lo disfrute en el noveno, y en el décimo él es quien lo explicó todo.
Fueron las diez de la noche, mas de verdad de mi vida, en el cielo por está época, una estrella se aloja siempre a la izquierda de la luna, planeta, fortuna, o consuelo, luz que brilla y parpadea, allí se posó tu vuelo, gorrioncillo de canas, volador del sueño eterno...
Y pasado el tiempo, aunque por mas que pase al sosiego de los tiempos, cada diez de la noche de todos los días, te vislumbro allá en el cielo, donde esté, aun bajo techo, me brillas y centelleas, del corazón para adentro, fuiste persona, amante y padre, eres ahora el brillo de una estrella, la candidez de una sonrisa, y en la mañana mi aurora.
El amor que me dejaste, vive, grita y se enamora, cuando los ojos te brillan, donde te miramos ahora, en el recuerdo mas bueno que nos dejó tu persona.
No dejes de volar nunca, revolotea los sueños de mi madre y mis hermanos, de tus nietas juguetonas, de tus amigos de siempre, donde te vemos ahora, en tus obras, con tus gestos, desgastaste la vida a horas, la entrega con tu gente, tiene su recompensa en como brillan los ojos de quien te mienta o te nombra.
Fuiste, estuviste, y estás, aunque pasen las horas, aunque las diez de la noche,
den mil veces con la sombra, aunque los tiempos se partan, aunque se quiebre la aurora,
aunque llueva o haga frío, siempre estarás y ahora,
aquí estás junto a mi, sonriendome te elevas,
porque suenan de nuevo las diez,
a la hora que le toca, al gorrión alzar el vuelo,
y subir a la azotea de las marismas del cielo,
donde tu vives ahora, junto a mares de gentíos, donde nace la aurora....
Ten por seguro que tú, anidarás de por vida, en la vida del sosiego que dejaste con tu ida.
A José Catalán Romero un gorrión que voló, el 30 de Octubre de 2009
MI PADRE
Llega al corazón Hermano, te llega...
ResponderEliminar